miércoles, 16 de septiembre de 2009

Gaza

Son las 19 horas en Gaza. El sol cae como al mediodía de un 7 de enero en Uruguay. A mi no me importa. Me arrastro con una Ak-47 en mi mano derecha. Acomodo el velo que me cubre una gran parte del rostro. A pocos kilómetros veo varios montes y a lo lejos páramos de Cisjordania. Todo el paisaje me hace recordar el Nuevo Testamento. Recuerdo que lo leía tirado en el sofá del living fresco de mi casa en Artigas y la Biblia abierta en el suelo. Por eso estoy feliz. Estoy en el lugar donde nació Cristo y peleando contra los infieles, los norteamericanos.
Me parapetro detrás de varias piedras. Debajo de un valle hay una carretera. Por allí se desplaza lentamente un largo convoy. Hay camiones con tropas y de abastecimiento. Creo que vamos a atacar. Mi corazón está a mil. Es mi primer ataque. Detrás veo que mis compañeros bajan el valle a toda velocidad. Giro mi cuerpo y a unos 200 metros veo a un helicóptero norteamericano suspendido en el aire. Sus misiles nos apuntan.
La ansiedad se cambia por el miedo. A este se le agrega la incertidumbre. Pienso en la mala suerte, en la putísima mala suerte. De todas formas, quiero estar ahi.
Y cae el primer misil...

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