martes, 22 de septiembre de 2009

Paso de Ramos- Primera parte

El departamento de Artigas es el más alejado y el que tiene menor comunicación con los municipios vecinos y con la capital del país. Las rutas que unen Artigas a Salto o a Rivera son, por lejos, las peores del Uruguay.
En Artigas existe un lugar realmente inhóspito. Un lugar donde un auto puede circular durante dos horas por un camino rural sin siquiera ver, a lo lejos, a un paisano encima de un caballo.
Ese auto sale de Artigas por el camino "de la aviación". Se trata de un carretera de tosca, lleno de piedras que cruza riachuelos, montes y grandes extensiones de campo. El camino reproduce, como un espejo, los serpenteantes vericuentos del río Cuareim, que limita a Uruguay de Brasil.
Algunos pasajes de ese camino son casi intransitables para un pequeño auto. La velocidad promedio allí es de 20 kilómetros por hora. En los días de lluvia, un auto pequeño no cruza los arroyos crecidos. Solo los vadea una camioneta cuatro por cuatro.
Después de recorrer 60 kilómetros, el visitante llega al final del camino. Se siente la presencia del río escondido detrás del monte. Detrás de la portera hay varios espinillos y un pastizal. Apenas se percibe entre ellos que el camino continúa. A un costado de la portera hay un mirador de madera de unos 20 metros de altura utilizado por la Policía para controlar los movimientos de tropas que los estancieros del lugar intentaban pasar a Brasil de contrabando.
El paraje se llama Paso de Ramos.
Si el visitante cruza la "pared" de espinillos, ve los restos de un pueblo abandonado. Ya no tiene calles. Y en él no ocurre lo mismo que los pueblos abandonados del oeste norteamericano donde el viento forma remolinos en las calles y la puerta de la taberna golpea sin cesar.
Si el visitante camina hasta el río, observa una pequeña playa de cemento que hace 40 años ofició de embarcardero para los botes que cruzaban al pueblo Paso de Ramos ubicado en la ribera brasileña del Cuareim. En esa época la familia Ramos vivía allí y dio nombre al pueblo y a todo el paraje. Un niño de siete años correteba detrás de una pelota de goma junto con sus 10 hermanos y otros pequeños del pueblo. Se llamaba Venancio. Pero sus amigos lo bautizaron "Chicharra" por su tono de voz agudo. Cuando ese niño cumplió los 20 años, el conocido relator Víctor Hugo Morales quedó ronco varias veces en el Estadio Centenario gritando su nombre. Venancio, vistiendo las camisetas de Peñarol o de la Selección Uruguaya, enloquecía a sus marcadores.
Si el visitante continúa caminando por el segundo pueblo abandonado —el que está en el lado brasileño— ve a su derecha a una casa derruida y a una escuela abandonada. A unos 80 metros a la izquierda de la escuela, se encuentra una posada antiquísima. Las paredes son de barro y los pisos de tierra apisonados. El techo fue construido con una especie de paja durísima cortada al costado del Cuareim.
La posada tiene una construcción en L donde en una parte se encuentran los salones "públicos" para decirlo de alguna manera y en la otra los aposentos del propietario. La posada está vacia.
Por una ventana semiabierta y a través de los vidrios sucios, el visitante puede entrever las dos mesas de casín y algunos tacos tirados encima de las mismas. En el otro extremo está la barra. Una botella de ginebra descansa sin terminar encima del mármol sucio.
El visitante miró por encima de su cabeza para ver si venía alguién por el camino que une Paso de Ramos con la ciudad brasileña de Uruguayana. Apenas vió un "boi" (ganado) pastando distraido.
Casi, casi, forzó la ventana para beber una copa de ginebra. Lo invitaban los fantasmas de los paisanos que antes llenaban ese salón.

2 comentarios:

  1. HOLA...EL RELATO ES LITERAL O FICTICIO? ME REFIERO A LA DESCRIPCIÓN DEL LUGAR. GRACIAS

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  2. Hola, el relato es literal. Saludos

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