viernes, 11 de septiembre de 2009

En ese bar de Lascano

En Lascano hay una plaza que no es nada distinta a todas las putas plazas de los pueblos chicos del interior. En el centro de la misma, sin sorpresas, hay una estatua del prócer José Artigas, que soporta estoico años y años de cagadas de palomas sin limpiar. Sí éste Artigas pudiese hablar, seguramente le rogaría a Tabaré Vázquez que lo traslade a otra parte. Alrededor de la plaza: una comisaría, una iglesia, un club social, una agencia de ómnibus, un Banco República, una farmacia, una heladería, la Junta Municipal y un bar. En ese mismo y aburrido bar de plaza del interior, en ese tedioso lugar donde nada parece pasar, ahí con el único ruido ambiente de un desvencijado ventilador de techo y la lejana charla de un par de borrachos parroquianos, ahí con una cerveza fría en mis manos y balconeando la rutina de un viernes por la tarde de un pueblo en donde todos se conocen. Ahí me gustaría estar en este momento. Ahí, y no acá.

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